AL TESO DE LA PARVA
13 de abril 2003


Fotos by Cucho



¿A que no sabéis que es lo mejor que puede hacer uno un Domingo de Ramos en Zamora?

Pues no. Irse a la procesión, no. ¡Que en Zamora es por la tarde! Lo mejor es ponerse el traje de faena, el casco, los guantes, las zapatillas de acumular barro y la burra de montaña... y salir al campo, a tomar el airecito mañanero que está rico como él solo.

Así que, tras la oportuna convocatoria en la web de un recorrido propuesto por Emilio, nos las apañamos para ejercer de afortunados visitadores campestres.




A lo largo del trayecto es menester hacer algunas paradas. Unas, para hacer fotos. Otras, para aliviar las vías urinarias. Otras, las más, simplemente para contemplar el paisaje.

En la foto de la derecha podéis observar el estado contemplativo en que se quedó Alberto mientras Emilio le insistía: "Vamos, que hay que seguiiiiiir"

Los demás ni aparecemos porque estábamos obnubilaos ante tamaña belleza paisajística.








Así que, como ocurría en Bonanza, decidimos situarnos estratégicamente para campar por los campos de una manera que infundiese respeto a los perros, las vacas, las cabras y hasta a esos peligrosísimos insectos invasores llamados hormigas. Los cuatro que aparecemos en la foto más Cucho (que estaba haciendo labores de fotógrafo) éramos capaces de avasallar con nuestras ruedas cualquier abrojo que se dignase aparecer por allí.

¡Temblad!







Y por fin conquistamos la cima. Unos metros más allá, el Teso de La Parva, sobre cuyo dudoso origen volcánico estuvimos disertando una buena parte de nuestro recorrido.

Al menos no entró en erupción. ¿O realmente no se trata de un volcán apagado?







Estábamos felices y contentos. Ya más lejos del peligroso teso pseudo-volcánico, podíamos sonreír tranquilos sin temor a ser atacados por un río de lava ardiente.

Sin embargo, no pudimos reparar en algo que estaba ocurriendo a nuestros pies y que amenazaba seriamente a la bici de Cucho.

Aún hoy, no sabemos de qué se trataba.





Al fondo, Zamora. En un día de radiante sol que no hacía presagiar lo que se nos venía encima: La suspensión de la procesión de la borriquilla por una inesperada tormenta que a punto estuvo de dejarnos a todos a oscuras.

Ajenos a los negros nubarrones, los cinco mosqueteros posábamos mirando al trípode subido en el Manolito.

¿Qué es el Manolito? Pues uno de esos vértices geodésicos que unos bienintencionados señores ponen para que sepamos cuál es el punto más alto de los contornos.



  Y, como de costumbre, acabamos pidiendo la hora. Cincuenta y tres kilómetros, a buen paso, con ayuda del viento (lo que en contadísimas ocasiones ocurre cuando de bicicletas hablamos), en cuatro horas paradas incluidas.

Llegamos, con la sensación del deber cumplido y con el mismo dinero en los bolsillos con que salimos.

¿No es maravilloso?